El molar
El Molar Viejo
Claro ejemplo de arquitectura popular manchega, está compuesto por tres unidades claramente diferenciadas: corrales, casa solariega y ermita, orientados al trabajo, residencia y oración.
El Molar es una casa de labor aislada, fundada en el siglo XVIII, en el centro de una gran propiedad rural provista de todos los recursos necesarios para la vida independiente de sus propietarios. Es un claro ejemplo de la arquitectura rural tradicional que surge, entre otros motivos, como respuesta a la necesidad de tener edificios que contengan no sólo el dormitorio de los amos y trabajadores, sino también los animales de faena agrícola, aperos de labranza y transporte; con amplios espacios para almacenamiento de cosechas e, incluso, para la transformación de éstas, como es el caso de la vid en la pequeña bodega. El conjunto se completa, además, con corrales de animales domésticos para subsanar el autoabastecimiento de las familias.
Un poco de historia
Por aquél entonces, El Molar era un aldea que pertenecía al término municipal de nuestro pueblo, cuyas gentes se dedicaban principalmente al trabajo de las piedras de molino (por ello aparece una piedra de molino en el escudo heráldico municipal), convirtiéndose la finca en el abastecedor de una amplia demanda comarcal y de la cual, según la tradición oral, recibe el nombre esta finca. Con el tiempo, la demanda de muelas aumentó y eso hizo que la casa ampliara sus funciones hasta llegar a realizar trabajos como trituración de trigo, avena o cebada; e, incluso, a la fabricación de muelas para ruecas, ruedas de madera y piedra, etc.
Los primeros moradores que se recuerdan fueron los Maldonado, Don Jacinto y Don Genaro. Tras ellos, pasó a manos de Don Rafael Monares Cebrián, quien compró las fértiles tierras colindantes y las dedicó a todo tipo de cultivos, principalmente al pastoreo y la ganadería, ya que era un terreno muy propicio para tal fin por poseer al lado de la casa una especie de laguna. Además, la ferviente creencia religiosa de don Rafael hizo que éste mandase construir una ermita dedicada a san Isidro, que se ubicó exactamente enfrente de la puerta de entrada de la casa para que él pudiera ver la misa desde su propio salón.
Su construcción se ajusta a la difícil orografía
Su asentamiento supone asimismo una peculiar organización debida a una orografía difícil que se traduce en un terreno con acusados desniveles, lo cual origina que las estancias destinadas a vivienda ocupen dos pisos, mientras que el corral contiguo lo haga sólo en uno, a pesar de lo cual se encuentra al mismo nivel que el segundo piso de la casa.
Esta tipología responde, como en el resto de la llanura manchega, a una forma de vida hoy en desuso y recordada sólo por nuestros mayores, que suponía una estrecha relación entre el lugar de trabajo, el campo, y el lugar de morada, la casa. Dicha relación surgía impuesta por unas precarias condiciones en el transporte y la necesidad de controlar la cosecha, producción, etc., a la vez que suponía un modo de vida autosuficiente e independiente, en la medida que cabe, del centro urbano más próximo, en este caso Abengibre.
Compuesto por tres unidades claramente diferenciadas
El Molar está compuesto por tres unidades claramente diferenciadas: corrales, casa solariega y ermita, con una funcionalidad orientada al trabajo, residencia y oración, respectivamente. Ofrece una disposición típica por cuanto su distribución en planta muestra una orientación N-S, es decir, con la entrada en dirección al medio día con el propósito de aprovechar más y mejora las propiedades solares en una época en que la electricidad brillaba por su ausencia.
La casa
Desde el punto de vista exterior, El Molar es un claro ejemplo de arquitectura popular manchega, caracterizada por una disposición orgánica de las estancias (se agrupan y adosan conforme las necesidades imponen, no responden a una ordenación geométrica), traducida en la diversidad de alturas y proporciones observables. El conjunto no es de volumen cúbico único, sino una amalgama de tejadillos, corrales y habitaciones en torno a los patios.
Otra característica destacable nos llama la atención desde que el sol incide implacable en los campos, es el típico encalado que refleja la luz haciendo refulgir estas construcciones entre los tonos ocres y verdes que el campo ofrece. La cal que produce este efecto óptico cumple dos funciones primordiales: en el exterior impide que las lluvias desmenucen el muro hecho de tapial, mientras que en el interior supone una medida de higiene y limpieza. Junto ello observamos también el detalle decorativo del «azulete», que nos recuerda el gusto por la estética del mundo popular.
Por otra parte, el tapial, a pesar de ser un material deleznable construido por el apisonamiento de barro, cantos y paja, constituye por su grosor el mejor aislante contra frío y calor conocido. A esto se une la apertura de unos vanos, puertas y ventanas, de tamaño reducido amén de un abocinamiento que, junto a la utilización de contraventanas, reducen las pérdidas de calor y atenúa las temperaturas del verano.
Además de la cal, el tapial necesita de una protección superior para evitar su deterioro, es ésta la función de los tejados y aleros, cubiertos con la típica teja curva de barro rojizo de herencia árabe, que se asientan por lo general en armaduras de madera denominadas «de tijera» o de par y nudillo.
El interior de la casa
El acceso al interior de El Molar lo hacemos a través de un portón de madera de doble hoja con herrajes metálicos que comunica con un patio de tierra a cielo abierto descubierto que organiza el reto de las dependencias, entre las que destacan la cocina, a partir de la cual se accede por una parte a la cueva, donde se conservan aún las antiguas tinajas así como los huecos destinados al almacenamiento y refresco de las botellas; y, por otras, al horno, interesante obra con fábrica de ladrillo y barro refractario que se configura en forma de bóveda de media naranja, el cual nutre su necesidad con el grano que proviene de las cámaras superiores, a las que se accede a través de un poyo corrido que se utilizaba para el enfriamiento del pan. Lo más destacable de esta cocina es la chimenea, sostenida por cartelas y con un sardinel a los pies, así como los restos de una pequeña cantarera y una madera de donde pendía el candil que iluminaba la estancia.
Esta distribución nos remite de nuevo a la idea de organicidad presente en la totalidad del conjunto y que habla de un prefecto aprovechamiento de las posibilidades que ofrecen las diferentes estancias destinadas al abastecimiento, con lo cual se pone de relieve la peculiar sabiduría popular tan desprestigiada por lo general.
Alrededor de la cocina se distribuirán también los dormitorios, de forma que se aprovecha el calor que despide el horno así como la chimenea, y el salón principal, el cual merece un comentario aparte.
El comedor principal actúa de zaguán y observa la presencia de una pequeña alacena bajo el hueco de la escalera. Se trata de un verdadero centro neurálgico por cuanto es el área de trabajo y estancia del señor de la casa, donde se desarrolla la administración de la finca. El rasgo más significativo que podemos destacar es el privilegio del que el amo disponía: participar en el oficio religioso realizado en la ermita sin necesidad de desplazarse hasta ella, ya que ésta se encontraba formando un eje visual con el comedor (circunstancia que entronca directamente con el uso musulmán que suponía la presencia del Palacio y la Mezquita uno frente al otro, marcando la relación de superioridad del poder laico con respecto al religioso).
La ermita
La ermita es quizá el edificio más curioso de todo el conjunto. Está ubicada en un lugar estratégico, ya desde su enclave se domina todo el paisaje de las tierras de este «señorío», además de la ya mencionada relación con la casa. Está dedicada a san Isidro, hecho explicable por este santo patrón de los labradores, labor principal de la finca. Con ello, el amo se aseguraba el patronazgo de una buena y fructífera cosecha, realizándose cada año, en primavera (estación que marca el comienzo de la cosecha), la bendición de los campos, lo cual encuentra analogías con la procesión que actualmente se realiza por las mismas fechas en nuestro pueblo con san Miguel. El edificio en sí es de escasas dimensiones y valor artístico. Grandes piedras afianzarían los gruesos muros de tapial y en el piñón de éstos, pequeñas piedras de mampostería sostendrían una cubierta a par y nudillo que, al alzarse, forma una cubierta a dos aguas con la típica teja rojiza (ésta no existe en la actualidad porque desgraciadamente fue destruida en un incendio). Sobre ella se levantaría una pequeña espadaña barroca, posterior a la construcción de la ermita, y que hoy tampoco se conserva, con una pequeña campana que fue donada por Isabel Campos a la ermita de san Miguel en 1930. Los ángulos de los muros, así como los marcos de la puerta y la ventana, estarían formados por piedras de sillería de tal manera que una dovela es saliente y la otra entrante. En cuanto al interior de la ermita, lo más destacable sería el altar, elevado medio metro sobre el suelo por una grada de piedra pulida blanca, material con el que también se haría la mesa ritual adosada al muro siguiendo la tradición cristiana de oficiar la misa de espaldas a los fieles, para dar con ello un mayor misticismo a la ceremonia. Sobre ese altar se abriría una hornacina que albergaría la imagen de la Virgen de la Piedad, una talla de madera de, aproximadamente, el siglo XIV, a la que don Rafael Monares tenía gran devoción y que se conserva en Francia a manos de Sacramentos Acosta, heredera de la familia Monares Cebrián. Todo el interior estaría recorrido en la parte superior de los muros por una cornisa que descansaría en cuatro finos pilares cuadrados adosados, dos a cada lado. En la parte izquierda habría una pequeña ventana orientada al ocaso. El suelo, que no se conserva, sería de ladrillo rojo, y bajo él fueron enterrados los primeros moradores de la casa. Por lo demás, no habría nada más destacable salvo algún cuadro colgado sobre las paredes.
Los patios y la bodega
Junto a la casa hallamos un patio-corral a cielo abierto con gorrineras, gallineros, cobertizo y cuarto de aperos, al cual se accede también a partir de un portón muy amplio que favorece la entrada de galeras, caballerías y carros. Por este patio se llega a un segundo patio, a espaldas de la casa, donde aparecen las habitaciones de los labradores y las cuadras y que comunicaría con la bodega y, a través de una puerta trasera, con el terreno de la antigua cantera.
Especial mención requiere la bodega por su original fábrica. En su primitivo estado aparecerían dos estancias contiguas comunicadas por un muro abierto y dividido por dos arcos de medio punto peraltados. Me es imposible describirla en su totalidad porque este muro ha sido tabicado por el segundo dueño, sin embargo, la parte que tuve oportunidad de ver era la más interesante. Un pequeño lagar, que continuaría en la otra parte de la bodega, actuaría como eje central a partir del cual se distribuyen los demás elementos de forma totalmente simétrica: unas escaleras en el centro y, a ambos lados, dos gruesos bloques cuadrados que contienen las enormes tinajas con un agujero en la parte inferior que actuaría de grifo para el suministro de vino. En la mitad izquierda, y casi pegada a la pared, está la prensa que comunicaba subterráneamente con el lagar.