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Lavadero

Un poco de historia

Fue construido en 1926, siendo alcalde don Miguel Pérez Vergara, bajo dirección del maestro de obras don Jesualdo Masía y los obreros Francisco Martínez y Desiderio Cuenca; y utilizado hasta los años 60, en que las necesidades forzaron la construcción de un nuevo lavadero, más grande y abierto, que condujo a su total abandono cerca de 1967 y su uso como mero almacén.

Aunque hace unos años fue rehabilitado para volver a usarlo, las pilas no se ajustaron a las necesidades de las lavanderas, de modo que ha vuelto a quedar en desuso. Me reservo los comentarios sobre cómo han «remodelado» su interior. Pero bueno, al menos están abiertos sus arcos y conservada su techumbre.

Bajo los manantiales de la Cueva de la Chaparra

Situado a las afueras del pueblo, concretamente entre el camino de los Huertos Secos y la Carretera de Albacete, el lavadero viejo está emplazado a los pies de un cerro que favorece que las aguas de los dos manantiales de la Cueva de la Chaparra fluyan de manera natural, sin necesidad mecánica, hasta el conducto de agua del lavadero.

Su construcción

La construcción, que encaja perfectamente en la orografía del terreno, es de planta rectangular, de 17 metros de largo por 8 de ancho y unos 3 de altura, orientado en un eje norte-sur para aprovechar mejor la luz y el calor.

Se alza sobre un pequeño basamento que ayuda a nivelar la pendiente del terreno y, para reforzar la estructura, tanto los muros como los arcos descansan en un zócalo de piedra algo más sobresaliente que el resto. La cubierta es a cuatro aguas, realizada con una sencilla armadura de madera y cañas que soporta la típica teja curva, de origen árabe, utilizada en la arquitectura tradicional.

Por su parte, los muros están construidos con tapial, que se encala interior y exteriormente para cumplir dos funciones primordiales: en el exterior impide que las lluvias desmenucen el muro hecho principalmente de tierra, paja y pequeñas piedras; mientras que dentro supone una medida de higiene y limpieza. El muro del fondo se apoya casi en su totalidad sobre el cerro y sus laterales están cerrados, a excepción de unos pequeños vanos en los muros laterales, a modo de óculos, que sirven para iluminar y airear el interior; quedando sólo abierta la fachada.

Edificio lavadero
Interior
lavadero
lavadero

Tres arcos de medio punto y tres pilas

La fachada queda abierta al exterior por medio de tres arcos de medio punto, bordeados por una decoración geométrica, que se repite también en las esquinas redondeadas de los muros, intentando imitar los remates de sillería de construcciones más ricas. Esta decoración encuentra continuación en el remate superior de los muros, donde aparece una banda corrida con relieves de rombos y rectángulos alternos, rompiendo así la sobria monotonía del edificio.

Constaba de tres pilas de piedra, dos de ellas de dos metros de ancho por cinco y medio de largo, y otra pila de dos metros de ancho por cuatro de largo. Sobre cada una ellas existían unos carteles en los que rezaba el uso para el que estaban hechas: «Pila para aclarar», «Pila para ropa blanca» y «Pila para ropa de color», un orden que favorecía el mejor aprovechamiento de agua e impedía que las aguas sucias se mezclasen con las limpias.

Igual que puede verse en el lavadero nuevo, las pilas también estaban un tanto inclinadas, de manera que por pura gravedad, el agua fluyera de una pila a otra y de ahí al desagüe que dirige las aguas sobrantes a una balsa, conocida como «Balsa de Don Juan».

Las Fuentes del Pilar y de los 6 Chorros

Por último, destacar la preciosa fuente que estaba al lado del lavadero, la llamada «Fuente del Pilar», un pilón redondo de unos 3 metros de diámetro que se surtía de la mismo agua de la Cueva de la Chaparra, que hacía las veces de abrevadero para las caballerías.

En sus inmediaciones también estaba la «Fuente de los 6 chorros» en la que los abengibreños recogían agua en cántaros antes de que existiese el agua corriente en las casas, y de la que es réplica la actual fuente situada entre los dos lavaderos. Según una descripción de Tomás López (1786) «esta agua es muy delgada y especial y sumamente limpia para nacer en las mismas peñas, además es muy saludable para los baños, como agua medicinal, como bebida y para lavar».

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